Cuando se sentó a escribir se dio cuenta de que en realidad su cabeza a pesar de no estar para nada en blanco, no tenía ninguna idea clara respecto de lo que iba a tratar su escrito. La profesora les había dado como tarea escribir un cuento en el que se manifestaran los valores y virtudes que tienen las personas. Había pensado que iba ser fácil, pues hace un tiempo se le hacía fácil reconocer las cosas buenas en la gente que se encontraba a su alrededor, pero cuando se dispuso a tomar el lapiz y comenzar a escribir cayó en cuenta de que en realidad no tenía nada claro. Se acordó de aquella vez en la que en un taller de crecimiento personal le habían pedido que dibujara un santuario, recordo ese santuario y se quizo refugiar en él, cerró los ojos y quizó volar a sus castillo en las nubes, en el que se encontraban su unicornio y su arcoiris, pero pensó que quizá no sería la mejor forma de inspirarse, pues necesitaba escribir sobre las personas y no era propicio alejarse de ellas. Así que cerró los ojos y se fue al centro de la ciudad, lo primero que llamó su atención fueron los mendigos y los ciegos que venden antenas de televisor, pilas y cosas inútiles que nunca nadie compra o que si se compran es por pura caridad o ganas de gastar dinero. No encontró ninguna virtud, sintió que caminó por horas y se sentó en una banca exahusta ya de tanto caminar. Miro a su alrededor y sus ojos de llenaron de lagrimas, en su corta edad no entendía como después d ehaber caminado por horas no veía aun la virtud de las personas. Lloró varios minutos, con la vista nublada el mundo le parecía aun menos agradable, si antes no había encontrado algo bueno en la gente, menos lo haría ahora. Derrepente se acercó un perro, de esos típicos del centro, con un pedacito de oreja menos, una pata quebrada y la cola media chueca. La niña deseó que el perro hablara, y milagro! el perro habló. Le preguntó por qué lloraba y ella le contó, el perro se calló un rato y luego le dijo que las personas nunca se detenían a mirar a su alrededor, que no se sintiera mal, pues el ser displicente y despreocupado estaba en la naturaleza de los humanos. Abrió los ojos y ahí estaba, en su pieza... se había quedado dormida, después de todo ya le parecía imposible realizar la tarea encomendada por la profesora.
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