jueves, 24 de marzo de 2011

Se ha hecho tarde ya, derrepente miré el reloj y me di cuenta que eran las once. Nunca deja de sorprenderme el hecho de que estando contigo el tiempo pase tan rápido. La noche está particularmente helada, y la luna amarilla, como si quisiera anunciar algo que yo no pudiera adivinar aun. Hemos estado un largo rato sentados en esa banca que tanto te gusta, la que está bajo el pino y frente a los juegos de los niños. Siempre me dices que debería dejar de ser tan infantil y madurar un poco, pero en el fondo sé que eso es algo que te gusta de mí, porque siempre quisiste alguien a quien cuidar. Te miro, pero te ves tan distinto esta noche...
Hemos estado en silencio durante tantos minutos que se me hace insoportable. Recuerdo aquella vez que me dijiste que odiabas el silencio, porque cuando había silencio no había nada que decir. ¿Será que ya no tenemos nada que decirnos? La sola idea de este hecho me parece insufrible.
Miro el cielo y ha comenzado a nublarse.
Esta abstracción de ti en ti mismo me ha comenzado a parecer aburrida, busco en el paisaje algo que me saque de esta situación.
Me recuesto en el pasto y lo último que veo es a ti, parándote y alejándote lentamente por el camino de gravilla.
Lo siento amor, pero no tengo ganas de ir tras de ti.

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