martes, 9 de septiembre de 2008

CUENTOS SUICIDAS II: Para elisa


A modo de introducción aclaratoria para que el lector no crea que estas son mis intenciones: este cuento fue escrito hace unos 4 años, un día cualquiera, un día más de incesantes frustraciones. Es mirar atrás, es sentirse en cierto modo superado.
Nota para mí: dejar de exponer tanto.

Ese día no se sentía bien, había discutido como siempre con ella y eso lograba desplomar su ánimo y dejarle la baja autoestima menor que cero. Entró en su desordenado departamento, como siempre con olor a pan tostado y a lysol.
En el piso las cuentas, y una carta de su padre. Al levantar las vista vio su adorado instrumento, ébano, brillante. En una de las esquinas del living estaba su piano de estudio, encima de él las partituras de la melodía que por mucho que practicara nunca había conseguido tocar bien.
Se sentó en la silla frente al imponente instrumento, ojeó las hojas de la partitura y comenzó a tocar, sus dedos eran torpes, tropezaba el índice con el pulgar al ir pasando las teclas y cada error resonaba en su interior como el desgarro de un frío cuchillo, sus tímpanos gritaban de dolor y cada tecla mal tocada era un terremoto en su cabeza.
Sintiéndose incapaz de todo, golpeó furiosa el teclado. Mil notas sonaron juntas, de una manera lúgubre. Tiró todo lo que estaba en su mesón, la estantería, la vitrina y el esquinero... se cortó las manos al romper las copas y ansiando ver más rojo pensando en el horrible día, en su horrible vida tomó uno de lo trozos del helado cristal que dejó el estallido de las copas. Lo enterró profundamente en sus muñecas ansiando cortar hasta el más ínfimo trozo de carne, empezó a palidecer.
Nuevamente vio ahí a su hermoso piano negro, brillante como el pelaje de un garañón y salvaje como éste. Se sentó, y vio borroso el teclado y la partitura, sin importarle comenzó a tocar. Cuando ya iba en 8º compás notó que no había cometido errores. Siguió. Todo fluía como si esa canción fuera de ella, cada vez más blanca, pareciendose al márfil de las teclas que seguían dando el hermoso sonido. En el preciso momento en que tocó la última nota cayo su cabeza sobre el teclado. Sin una gota de sangre en sus venas había terminado ya de tocar, por primera y última vez la música que nunca pudo.

1 comentario:

Frida dijo...

Lo lei.

Queria solo decir eso.

Tal vez tambien, que suele ocurrir, el exponer tanto, como no hacerlo? si mal que mal es nuestra propia lengua la expuesta bajo la luz de los espectadores. Son nuestras porpias venas las que irrigan y nutren a las letras.

Te lei.

Esta un poco oscuro.